Testimonio de Carlos: "Acompañar hasta el final a Wert..."

Como en tantas ocasiones, la labor de la Iglesia con los más desfavorecidos pasa desapercibida. A continuación, un seminarista mayor, nos cuenta su experiencia vivida el viernes pasado.

“Acompañar hasta el final a Wert, Albert o Peter… qué más da…

Una de las noticias que esperé tras el ingreso en el Seminario con más entusiasmo, era saber qué pastoral se me asignaría.

Cuando me enteré que iba a ir los viernes por la tarde a Jesús Abandonado, no podía suponer lo que sucedería tan sólo unos meses después. Era consciente de la dureza del trato con colectivos en riesgo de exclusión social, puesto que ya había trabajado con esos destinatarios con anterioridad, y seminaristas que habían tenido la misma pastoral en años anteriores, así me lo habían comunicado, pero, el tener al lado a Antonio como compañero, hizo que la tensión se relajara ostensiblemente.

Desde el principio nos encomendaron acompañar de un modo especial a uno de los usuarios, llamado Albert, o Wert. Un señor alemán de 52 años, y con tuberculosis ósea y VIH. Antonio y yo, llegábamos sobre las 17:30 a Jesús Abandonado, y nos ocupábamos de él principalmente. Paseábamos juntos para que hiciera ejercicio y le acompañábamos al baño y la ducha. Luego preparábamos el comedor, dábamos la cena, y pasábamos a ropería, hasta que daba la hora del volver al Seminario.

No nos comunicaron la enfermedad que padecía y su gravedad, hasta Navidad. De todas formas, conocíamos su pasado como toxicómano y exrecluso. Tampoco hacía falta, los signos visibles de la misma, eran suficientes. Había semanas en las que nos mandaban con otro usuario de Jesús Abandonado a Urgencias al Hospital, o a echar un vistazo a expedientes de responsabilidad por errores judiciales… esas semanas, no las pudimos compartir junto a Wert…

Su trato era respetuoso y correcto, y manteníamos temas de conversación tan corrientes, como el coche que se quería comprar, su música preferida, o la comida que le gustaba. Poco a poco, no sé por qué, se fue estableciendo un vínculo especial con él, que ahora comprendo que era por ser uno de los residentes más necesitados. Inconscientemente tendemos a apoyar más, a quien más lo necesita.

En octubre, Wert usaba silla de ruedas, y poco a poco vimos su evolución hasta poder caminar con muletas. Tenía la ilusión de recuperarse para poder ir en Navidad al Barrio de Santa Eulalia, donde había pasado muchos años de su vida, y donde era conocido. Además, nos decía que tenía una tía que vivía ahí, y con la que podía pasar el hueco del día, hasta la noche, que volvería a dormir a Jesús Abandonado. Fue, desde luego, un gran acicate para él.

Y lo consiguió, consiguió dejar la silla de ruedas, y tener una cierta libertad de movimiento con la limitación de la enfermedad que padecía. Sin embargo, llegó la Navidad, y empeoró su estado físico. No salió a pasear por su antiguo Barrio, y se sentía oprimido por su estancia en la residencia. Quería salir, pero no podía. No tenía a nadie que se hiciera cargo de llevarle y traerle a Murcia.

Otra circunstancia que le hacía estar de mal humor, era su dependencia a la metadona y a los ansiolíticos. Muchas semanas, la labor de Antonio y mía era intentar calmar “el mono” que padecía hasta que el hermano enfermero de la Orden de san Juan de Dios, le daba la medicación a la hora convenida.

Wert era lo que coloquialmente se llama un alma libre, y quería salir incluso del único sitio en donde había encontrado cobijo y cuidados en su vida. Hasta eso le oprimía. Su estado físico fue deteriorándose poco a poco, y tras la Navidad, le encontramos peor.

El Director del Centro de Estudios, Don Cristóbal Sevilla, conocía a Wert de cuando estaba de Párroco en La Paz (Wert pedía en su Iglesia), y vino con nosotros un día a visitarle, al saber que estaba peor de salud. Wert estaba sin Bautizar, e intentamos hablar con él del tema. Nos dijo que en su familia sólo su abuela estaba Bautizada, y que él no era creyente, por lo que no pudimos hacer nada al respecto.

Las últimas semanas sobre todo, la función de Antonio y mía, consistió en intentar animar a Wert. Estaba más decaído de lo normal, y había perdido el interés por las cosas más básicas que le rodeaban.

El viernes 24 de enero me dirigí, como de costumbre, a Jesús Abandonado a la Pastoral de los viernes por la tarde. Siempre es motivo de alegría poder compartir un rato con los más necesitados. Hacía tiempo que ya se me había olvidado el entusiasmo que supone estar con los desheredados, y las caras de satisfacción de los usuarios del Centro cuando nos veían llegar, eran motivos más que suficientes para desear que llegara ese momento de la semana.

Ese día fui solo a Jesús Abandonado, pues la abuela de Antonio había fallecido y él se encontraba con la familia. Llegué a la hora de siempre, me puse la bata blanca y busqué a Álvaro, que es el coordinador que nos orienta sobre las actividades a realizar durante la tarde. Me dijo que Wert estaba ingresado en el Hospital Reina Sofía, que se encontraba peor, y que el Director de Jesús Abandonado nos iba a haber llamado durante la mañana para que hubiésemos ido a visitar a Wert al Hospital un rato, ya que no tenía a nadie. Me pidió que fuese al Hospital, en vez de pasar la tarde en Jesús Abandonado, y me previno sobre la unidad en la que se encontraba Wert, que era la de infecciosos.

Lo primero que se pasó por la cabeza fue llamar a Francis, el formador del Seminario Mayor, para que se pusiera en contacto con Cristóbal Sevilla y le comunicase que Wert estaba ingresado, y que se encontraba grave. Volví a Murcia, fui al Hospital Reina Sofía, y ya estaba en Información esperándome Cristóbal Sevilla. Preguntamos por Wert, quien realmente se llamaba Peter. Wert o Albert era la terminación de un impronunciable apellido alemán que utilizaba habitualmente como nombre. Nos dijeron que no estaba allí ingresado, le buscaron en la base de datos, y nos indicaron que estaba en el Morales Meseguer, donde tenía su historia clínica.

Cristóbal Sevilla tenía Misa esa tarde en La Paz. Francis me llamó de nuevo para decirme que Cristóbal Sevilla estaría esperándome en el Reina Sofía, y que, llevase cuidado y siguiera los protocolos para el contacto con personas que estaban en la unidad de infecciosos. Quedamos en que Cristóbal se iba a Misa, y que yo me acercase al Morales Meseguer para preguntar cuál era el horario de visitas, y qué restricciones había para poder visitar a un enfermo con sus características.

Ya daba igual. Antonio y yo le habíamos acompañado en Jesús Abandonado al baño y a la ducha, por lo que, si no se nos había contagiado nada hasta ese momento, no tenía por qué suceder después.

Ese día yo andaba disperso con distintas preocupaciones. Nada importante, pero suficientes como para hacerte perder la paz interior sin motivo. Pequeñas cosas del día a día, que junto con la concentración de exámenes semestrales, hacen que te preocupes innecesariamente por cosas intrascendentes. Llegué al otro Hospital, y pregunté por Wert. Subí a su planta. Las enfermeras me recomendaron usar mascarilla, guantes… y me dijeron que en su estado, podía recibir visitas a cualquier hora, que estaba muy grave, y que se encontraba solo…

Entré en la habitación. La luz estaba apagada. Sólo se vislumbraba su silueta en la cama a través del reflejo de la luz que entraba de la calle a través de la ventana. No estaba seguro al principio de que el enfermo que allí estaba postrado fuese él. Estaba más delgado, y conectado a respiración, sueros, sonda…, su respiración era agitada, aunque acompasada.

Encendí la luz, me reconoció, y su expresión fue como si me quisiera decir: “mira cómo estoy”… nos miramos un instante, le acaricié la cara y me pidió un zumo. Salí, busqué a una enfermera, y me explicó cómo prepararlo mezclándolo con espesante para que no se atragantara. Se lo tomó con avidez, pedía más a cada cucharilla. La cama estaba incorporada. Sus brazos conectados a las máquinas, y su cabeza ladeada hacia la derecha. Se terminó el zumo. Limpié las comisuras de sus labios. Mientras le sujetaba de su mano derecha pudimos hablar un poco. Bromeé sobre su cambio de imagen, ya que habitualmente llevaba perilla y se la habían afeitado dejándole sólo bigote. Se calmó.

Al poco rato llegó Andrés, otro de los voluntarios de Jesús Abandonado. Le preguntó si quería tomar un flan, y dijo que sí. Se lo dimos, cada uno sujetándole de una mano. Se volvió a quedar tranquilo de nuevo.

Aprovechamos para hacerle notar que estábamos allí. Hablábamos suavemente, le cogíamos cada uno de sus manos, y le acariciábamos la cara. En ese momento se me vino a la cabeza un libro sobre la Madre Teresa de Calcuta que el Director Espiritual nos había recomendado como lectura, que se titula “Seremos juzgados sobre el amor”, y en el que se expone la experiencia de la Santa con los más pobres, y cómo Dios, se manifiesta en ellos, de modo que, el tocarles, acariciarles y acompañarles, era como hacerlo al mismo Jesús…

Pasó muy poco tiempo, y su respiración se agitó de nuevo. Su rostro se tornó morado, y no podía respirar. Avisé a las enfermeras, entraron varias de ellas, y el médico, y nos echaron de la habitación. Estuvimos esperando unos 15 minutos. Salieron. Nos dijeron que podíamos pasar, que respiraba muy débilmente y que no le quedaría más de 20 minutos de vida.

En ese momento, pensé que Wert estaba sin Bautizar, y que Cristóbal Sevilla no estaba al tanto de la gravedad. Llamé de nuevo a Francis, que iba de camino a La Palma, a una Vigilia de Oración. Le comenté la situación, y llamó a Cristóbal para decírselo. Fui consciente también de que no estaba preparado para vivir ese momento.

Entramos de nuevo a la habitación Andrés y yo. Volvimos a coger a Wert de las manos, y nos sentamos uno a cada lado de la cama. Recé un Padrenuestro y un Ave María. Cristóbal estaba de camino. Fue debilitándose poco a poco. Sus ojos se quedaron entreabiertos, mirándonos. Sus pupilas se dilataron. Su expresión fue relajándose tenuemente hasta quedarle un aspecto de serenidad. Sus manos dejaron de hacer presión, sus extremidades se iban quedando frías…

Andrés y yo nos miramos. Ya no podíamos hacer nada más. Era la primera vez que una persona había fallecido a mi lado. Escuchamos hasta cómo entregó su último aliento. Se fue sin estruendos, sin hacer ruido… desconocido para casi todos los que le rodeaban…

En ese momento pensé en muchas cosas. Estaba aturdido, no sabía si Dios me había hecho pasar por esa vivencia para que fuese realmente consciente de las cosas que son importantes y para que dejara de preocuparme en exceso por lo cotidiano, o para que fuese consciente de que, si me gustaban las Pastorales de salud, eso iba a ser lo que tendría a diario… también hice una petición, y fue, que si entregaba mi vida a Dios y a la Iglesia, al no tener familia, que en el momento en que Dios me llamase, permitiese que alguien también me sostuviera de la mano… llevar lo acontecido a la Oración, me ha hecho reflexionar sobre la confirmación de mi opción de vida, y sobre el consuelo que a través de Dios podemos ofrecer a los demás.

Llegó Cristóbal, rezamos juntos, y llamamos a las enfermeras. Pasaron a la habitación, nos volvieron a pedir que saliésemos. Ya fue un trámite, todo había terminado… le hicieron un electro, entró el médico y certificó la defunción. Nos pusimos en contacto con Jesús Abandonado para comunicarlo, y desde el Hospital llamaron a los Servicios Sociales de la Comunidad. Nos entregaron sus pertenencias: una bolsa de plástico con un pantalón y un jersey… para morirse, no hace falta nada más… llegó el trabajador del Tanatorio, y nos dijo que al ser viernes por la tarde, tendría que permanecer en el depósito hasta el lunes, pues los Servicios Sociales no se podrían hacer cargo de él. Hay quien pasa por la vida, y hasta para despedirse lo tiene difícil…

A lo largo de ese fin de semana di gracia a Dios por haberme permitido vivir esa experiencia, por haber podido acompañar a Wert hasta el final, por haberle podido tener cogido de la mano hasta que se despidió definitivamente… por haber hecho que los últimos meses de su vida haya tenido un techo, un hogar donde estar y sentirse acompañado. Por haber tenido el tránsito hacia la vida eterna en un hospital, con todas la atenciones necesarias, y por no haber estado solo en ese momento…

Fue como si estuviese esperando a estar acompañado para irse…

Anoche salimos a dar un paseo tras la cena un grupo de seminaristas, y me encontré cerca del Hospital Reina Sofía con Álvaro, el coordinador de Jesús Abandonado. No había vuelto a verle ni hablado con él desde la semana pasada. Lo primero que me preguntó fue: “¿estaba vivo Wert cuando tú llegaste al Hospital?”, le dije que claro, que hasta me había pedido un zumo… y me contestó: “menos mal, tenía mucho miedo a morir solo…”.

Tenemos que agradecer a la Iglesia la labor que presta a los más necesitados, a los olvidados, a los desheredados de la sociedad, y que muchas veces pasa desapercibida. Lo que pasó el viernes por la tarde en el Hospital Morales Meseguer no ha salido en ningún noticiario, aunque a mí me haya marcado profundamente y sea el día a día de la Iglesia. A través de meros instrumentos, Dios se sirve de nosotros para poderse hacer presente y confortar a mucha gente. Sigue utilizando, Dios, a instrumentos como nosotros, para que llevemos Tu luz y Tu paz a los demás.

Carlos Francisco Delgado García

Seminarista Mayor de Primer Curso”