«Desde aquel mes… todo ha sido escandalosamente de Dios». Testimonio Vocacional de Fran

Fran primer curso - Seminario de Murcia - Diocesis de Cartagena

[p]Cuando me pidieron que escribiera sobre mi testimonio vocacional, pensé: ¡ya lo tengo preparado!, ya que me lo habían pedido al ingresar en el seminario. Sin embargo, sentado delante del ordenador, y leyendo lo que hace unos meses escribía, me doy cuenta de que mi punto de vista ha cambiado, aunque la historia sea la misma, los ojos con los que uno mira la obra, que Dios está haciendo en él, es diferente.[/p]

[p]Cuando uno cuenta su historia vocacional piensa en todo lo que ha tenido que dejar atrás, que humanamente es mucho: un trabajo, un proyecto de vida, un horizonte que durante años iba trazando… sin embargo, este punto de vista va cambiando poco a poco, a pesar de llevar sólo unos meses en el seminario. Aunque, a veces, sigo cayendo en la tentación de pensar: ¡cuánto me has pedido que deje atrás Señor! me doy cuenta que esta llamada es un regalo, algo que no merezco, del que soy indigno… sin embargo, es un regalo al que el Señor me llama a acoger libremente con inmenso amor. [/p]

[p]Tengo 27 años, vengo de la parroquia de San Fulgencio de Cartagena y me gustaría comenzar a hablar de mi vocación situándome en el momento en el que comencé a vivir la fe como una parte importante de mi vida. Recibí el sacramento de la confirmación en el colegio de las Adoratrices a los 17 años, gracias a la música y a través de una buena amiga, empecé ir a la parroquia de San Vicente de Paúl en Cartagena, donde participaba en el coro y en catequesis de Post-Confirmación. En aquella etapa, Dios comenzaba a tomar importancia en mi vida.[/p]

[p]Tras un año y medio allí, comencé a ir a la que actualmente es mi parroquia (San Fulgencio), entrando en el coro de jóvenes. Ese mismo año, el sacerdote me ofreció dar catequesis de Confirmación. Yo no me veía preparado, pero las catequesis de Confirmación me habían sido de gran ayuda dos años atrás en mi vida, por lo que decidí dar el paso y allí comenzó mi peregrinar en la fe: oraciones, catequesis, estudio del Catecismo, conocer a jóvenes cristianos como yo… de esto, hace unos nueve años, en los que el coro de jóvenes y las catequesis de Confirmación han sido el instrumento del que Dios se ha valido para acercarme a los Sacramentos y a la vida de la parroquia.[/p]

[p]La primera vez que yo recuerdo el hecho de plantearme esta vocación, o mejor dicho, que surgiera esta llamada de Dios en mí, fue en el año 2010, con la Cruz de los Jóvenes, en el año previo a la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid 2011. Este fue un año muy difícil para mí, a punto de terminar la universidad, muchas cosas cambiaron en mi vida y pasé por un período en el que me planteaba el sentido de la misma, qué era lo que me hacía feliz y qué era realmente importante para mí. Ese mes de junio, llegó la Cruz de los Jóvenes, pasó por mi ciudad y lo que yo viví fue alegría y experiencia de lo que la fe podía hacer en las personas; pero para mí, la Cruz pasó dejándome bastante cansado, después de tantos preparativos y actos en los que la coordinadora de jóvenes, en la que participaba, había trabajado durante meses; sin embargo, no lo disfruté como había esperado. Unos días después, nos invitaron, a tres amigos y a mí, a peregrinar con la Cruz de los Jóvenes a Caravaca. Allí fue donde realmente disfruté: “cargando con la Cruz”. Aquel día, mientras la llevaba, surgió esa pregunta en mí: “¿Señor, me estás llamando para ser sacerdote?”, pero no estaba preparado para plantearme algo así y simplemente, la dejé pasar.[/p]

[p]Durante el verano siguiente, encontré trabajo, el que quería: de ingeniero, en una gran compañía, con visión global, oportunidades de viajar y con una buena remuneración. Busqué independizarme también y comenzar mi vida (o eso esperaba yo). Ese año seguí trabajando con la coordinadora de jóvenes para preparar la JMJ y los DED en mi ciudad. Durante ese tiempo, la pregunta sobre ser sacerdote rondaba mi cabeza, pero siempre era descartada. Llegaron los días anteriores a los DED y una serie de acontecimientos hicieron que me apartara de todo y me desilusionara bastante con la JMJ y con la Iglesia en general. Me encontré muy solo y apartado, mi única salida fue alejarme de aquello. Y aquel verano, en el que no fui a la JMJ, recuerdo la segunda llamada.[/p]

[p]Ese verano me plantee muchas cosas de nuevo; recuerdo estar sentado en un lugar tranquilo y a solas, sin saber por dónde caminaba mi vida y preguntándole al Señor qué quería de mí. Fueron momentos duros, no sabía qué quería: trabajar, formar una familia o si el Señor me estaba llamando a ser sacerdote. Así que entre todo aquello, mi respuesta al Señor fue la siguiente: “si quieres que sea sacerdote, dímelo… muéstramelo”. Le estaba pidiendo al Señor que se apareciera de alguna manera y me dijera si quería que fuera sacerdote o no. ¡Qué atrevido fui! Le estaba pidiendo un milagro, sin darme cuenta de que le milagro en sí, ya estaba ocurriendo en mí. Para darme cuenta de esto, aún pasaría algún año más.[/p]

[p]Ese mes de septiembre, el Señor me hizo un regalo de un gran valor: un nuevo grupo de Confirmación. Este es el grupo con el que he estado hasta ahora. Un grupo que traía jóvenes con una fe fuerte, jóvenes que estaban sedientos de Dios, por conocer, por acercarse a Él. Estos jóvenes me devolvieron la ilusión por la Iglesia, por trabajar por el Reino de Dios y para darme cuenta cuál era mi sitio y la actitud con la que tenía que plantearme las cosas de ahora en adelante. Con este grupo crecí mucho y empecé a preocuparme por la vida de fe de estos jóvenes; una vida basada en el Señor, en la importancia de la Eucaristía y en la ayuda personal que tanto demandaban sobre sus dudas de fe, siempre bajo la tutela de mi párroco y apoyado por el grupo de catequistas. ¡Cómo veo la mano providente de Dios en todos ellos y la importancia de su testimonio en vocación![/p]

[p]Llegó el verano y fuimos a hacer el Camino de Santiago con los jóvenes. Unos días inolvidables, entregados al servicio, sin descansar, estando con y para ellos las 24h del día, sin quejarme ni pensar en otra cosa más que en servir. Todo era para ellos y para que conocieran al Señor, del cual tan cerca me sentía yo. Ese verano, estuve también de viaje con mi familia, y allí pude sopesar los dos estilos de vida que había experimentado ese verano; de aquellos viajes saqué en claro que no quería vivir una vida ostentosa, pensando sólo en mí, de riquezas o de triunfo profesional y personal… eso no le daba sentido a mi vida. Tras el año que había llevado con los jóvenes y la experiencia de entrega del Camino de Santiago, la pregunta volvió a mi cabeza y empecé a plantearme preguntas más serias.[/p]

[p]Después de este verano de 2012, desde un grupo de jóvenes que había estado en la JMJ de Madrid 2011 (YouCat Cartagena) me propusieron ir a Valencia con ellos al Congreso Nacional de Pastoral Juvenil (CNPJ). Yo no había estado de forma comprometida con este grupo el año anterior, de hecho no conocía muy bien a muchos de ellos… pero yo venía con ganas de volver a involucrarme en algo más en Cartagena después del verano y me propuse echarles una mano e ir a CNPJ. Yo pensaba: “al menos me acerco a ellos y los conozco más”, pero esos no eran los planes de Dios; pues había llegado el momento de la tercera llamada o experiencia que el Señor me tenía preparada.[/p]

[p]La herida que tan cuidadosamente yo disimulaba y no me atrevía a mostrarme a mí mismo, la abrieron los seminaristas en el autobús, contaron sus experiencias y a mí me hicieron pensar más en el tema de la vocación. Llegamos a Valencia y dio comienzo el CNPJ y yo lo viví muy a mi manera: iba a Misa y a las ponencias, pero lo demás, si daba tiempo iba y si no, pues no le daba mucha importancia. El momento clave fue el sábado por la noche, había una vigilia de oración y cenamos con los seminaristas por la plaza de la catedral. Yo no llegué a la vigilia y cuando volví, había terminado. Me sentó un poco mal y pensé en mi actitud esos días y me dije: “mañana me voy a la catedral a hacer oración”. Y así fue, el domingo me fui y me puse a hacer oración y pude confesar. Tras la confesión fui a la capilla y seguí con la oración.[/p]

[p]Allí, pensé sobre todo: si el Señor me llamaba, si tenía que confesarme con más frecuencia, si tenía que intentar acercarme más a Dios. Cuando llegó la hora de rezo de Laudes, yo salí con dos ideas en la cabeza: la primera, “Señor voy a quitarme estos pecados que tanto me esclavizan” y la segunda: “Señor, tú me llevas buscando mucho tiempo, ha llegado el momento de que sea yo quien te busque”; y me propuse un período de un año, en el cual yo quería buscar si mi vocación era el sacerdocio o no.[/p]

[p]Pasadas unas dos o tres semanas, nada había cambiado en mi actitud, me sentía sin fuerzas. En esa semana, me invitaron a un concierto oración de un autor católico en el Coto Dorda. Nunca pensé lo que me esperaba allí. En la primera canción, la letra decía: “yo sigo esperándote, y así puedas alimentar tu tesón”. Al oír esto, no pude seguir, tuve que salirme de la sala. Sentía mucha impotencia, mucha… y me dije: “métete a la capilla y escuchas el concierto delante del Santísimo, haciendo oración”. Y así hice… la segunda canción decía: “Yo empujo tu barca” y yo seguía igual… me quedé allí todo el concierto oración: el Santísimo, una mujer en la esquina de la capilla y yo. Allí me dije: “Señor, necesito ayuda de alguien y la necesito cuanto antes”.[/p]

[p]Esa misma semana, como empujado por una fuerza que no salía de mí, me puse a buscar un sacerdote al que contar lo que me pasaba. Tras pensarlo durante unos días, pensé en un sacerdote que en una ocasión me habían presentado y que no sé por qué razón no me lo podía quitar de la cabeza (ahora veo que la Providencia actuó, porque esa semana no era yo el que llevaba mi vida y ese sacerdote me ha ayudado tantísimo a discernir y dar el paso, que no hay palabras de agradecimiento). Conseguí su teléfono, le pedí quedar un día, y llegué y le pedí ayuda espiritual, sin contarle que creía tener vocación al sacerdocio. Y allí comenzó mi peregrinar para discernir sobre mi camino y la vida que Dios quería para mí.[/p]

[p]Desde aquel mes de octubre/noviembre… todo ha sido escandalosamente de Dios: crecí en vida interior, me acerqué al Señor mucho más, he comprobado cuánto me quiere la Santísima Virgen María y como ella me está cuidando, sin descanso, en todo lo que hago, y como Dios se me ha hecho presente cada día,…[/p]

[p]Tenía que dejar mi casa (después de dos años viviendo solo), dejar el trabajo, en fin,… darlo todo por el Señor. Pero en todos estos momentos, el Señor me dio una fuerza y una fe increíbles, no era yo el que hablaba ni el que actuaba tan pacientemente y con tanta alegría… Vi la mano de la Santísima Virgen en más de uno de estos momentos, porque de no ser así me hubiera derrumbado.[/p]

[p]Y bueno, después de todo esto, decidí dejar el puesto de trabajo y dedicar el verano a seguir acercándome a Dios, viviendo cada instante de la mano de la Santísima Virgen; hasta llegar el pasado mes de septiembre, cuando me presenté en el Seminario de San Fulgencio para comenzar la andadura de mi discernimiento vocacional para en un futuro, si ese es el plan de Dios, poder ser sacerdote.[/p]

[p]Hoy me paro a pensar en este corto período de tiempo que llevo en el seminario y me doy cuenta de la misericordia que ha tenido el Señor conmigo. ¿Quién soy yo para ser sacerdote? Me gustaría hacer mención al lema del Papa Francisco para expresar la misericordia con la que el Señor me llama: “Miserando atque eligendo”, significa “Lo miró con misericordia y lo eligió”. El lema del Santo Padre Francisco está tomado de las Homilías de San Beda el Venerable, presbítero, (Hom. 21; CCL 122, 149-151) y habla de la elección del apóstol Mateo por Jesús.[/p]

[p]Que la Santísima Virgen María me ayude a seguir siempre la voluntad de Dios y a confiar en su Divina Misericordia. “Lo que no estaba en mis planes estaba en los planes de Dios. Arraiga en mí la convicción profunda de que -visto desde el lado de Dios- no existe la casualidad; toda mi vida, hasta los más mínimos detalles, está ya trazada en los planes de la Providencia divina y, ante los ojos absolutamente clarividentes de Dios, presenta una coherencia perfectamente ensamblada»” (Santa Teresa Benedicta de la Cruz). Sea Su voluntad en mí y en todos nosotros.[/p]

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