Testimonio vocacional de Álvaro Garre
"Hoy puedo decir con alegría que el Señor ha estado grande conmigo"
Antes de recibir la llamada al sacerdocio me encontraba en una situación de búsqueda espiritual. No sabía qué quería Dios de mí. En cambio, parecía que yo sí tenía claro que deseaba en la vida. Tenía un trabajo estable con el que me sentía autorrealizado. Quería casarme y formar una familia. Sin embargo, me sentía interiormente vacío. Creía en Dios, pero pretendía alcanzar la felicidad por mis propias fuerzas. Por ello, todos los esfuerzos por ser feliz eran vanos. No me daba cuenta de que sin Él no podía hacer nada. Iba a misa y me confesaba de vez en cuando, pero Dios no constituía el centro de mi vida. Vivía la fe de una manera individualista. No obstante, la falta de unidad entre fe y vida me fue interpelando cada vez más hasta que, a mediados de 2006, decidí recurrir a la dirección espiritual para descubrir la voluntad de Dios en mi vida. El sacerdote me recomendó que intensificara la oración y la recepción de los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia. Hasta ese momento yo había sido un cristiano por “tradición”, pero no por convicción personal. No había tenido todavía una experiencia profunda de conversión personal.
Poco a poco me dejé encontrar por el Señor en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. Casi sin darme cuenta mi vida fue cambiando gradualmente. En 2009 recibí el Sacramento de la Confirmación, y empecé a caminar en la fe en un grupo de adultos de mi parroquia. Durante esta etapa de discipulado realicé un discernimiento vocacional. Sabía que Dios tenía también para mí un plan de salvación. Sólo faltaba que lo descubriera. Una tarde, estando en adoración ante Jesús Sacramentado, sentí en mi interior un Amor tan intenso, dejando en mi corazón una profunda paz. Sin pretenderlo, vino a mi memoria el siguiente versículo: «La mies es mucha y los obreros pocos» (Lc 10,2). Esta Palabra me interpeló con fuerza. Entonces recordé que, en el desarrollo de mi tarea docente en la Universidad, me había impactado mucho ver la necesidad que los jóvenes de hoy tenían de Dios.
Cada vez era más insistente la llamada del Señor a entregar mi vida por amor a Dios y a los hermanos. Pero yo me veía incapaz de responder adecuadamente. Contrasté con el director espiritual esta experiencia fuerte de encuentro con el Señor. Me dijo que, quizá, el Señor me estaba llamando a una forma de vida apostólica de consagración total. No podía creerlo, me costaba trabajo entender por qué el Señor me podría haber elegido. Me sentía totalmente indigno. En 2015, tras intensas luchas interiores, tomé la firme determinación de poner mi vida en manos de la Iglesia, pues confío plenamente en ella. Hablé con el Rector del Seminario Conciliar de San Fulgencio, y semanas después, me comunicó que había sido admitido.
Desde entonces he ido experimentando el amor de Dios en mi vida. La vida en el seminario, aunque no está exenta de dificultades y de pruebas, es gracia y bendición de Dios. El seminario me ha ayudado realmente a crecer, tanto a nivel humano y comunitario, como espiritualmente. Hoy puedo decir con alegría que el Señor ha estado grande conmigo. Ahora me encuentro en la etapa pastoral del proceso formativo. Confirmo cada día la vocación recibida y le doy gracias a Dios por haberme elegido gratuitamente –sin mérito alguno por mi parte– para compartir su misión de anunciar el Reino de Dios a toda criatura y de hacer discípulos. El reto es verdaderamente apasionante. Merece la pena.
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