Testimonio vocacional de Joaquín Conesa
"No se puede pagar tanto amor sino con un amor entregado del todo"
Antes de encontrarme con Jesucristo mi vida no era como la de cualquier monaguillo, yo nunca había acolitado en el altar. Mi familia, especialmente mi padre, me había educado en la fe, sobre todo a la asistencia a la Misa dominical (sin embargo, el sacramento de la confesión no fue algo que yo frecuentara). Después de recibir la confirmación, unido a mi marcha a la Universidad, a estudiar Enfermería, me alejé de Dios y empecé a dejar de ir a Misa.
Mi encuentro con Jesucristo se traduce en una vivencia de cruz, pero una cruz gloriosa, porque ésta me acercó al Señor. Esta vivencia de cruz se podría resumir en dos grandes dolores: la muerte de mi madre y la ruptura de una relación de noviazgo con una chica.
La muerte de mi madre, fue luz y resurrección en mi vida, para ver que Dios me amaba en medio del sufrimiento, fue una experiencia de caricia del Señor hacia mí , sobre todo, cuando acepté la muerte de mi madre: “ Hágase Señor tu voluntad, pues yo no sé qué es lo mejor para mi madre”, lo cual me trajo paz interior. Fue luz porque empecé a ver que la vida no dependía sólo de mi voluntad, es decir, que yo no lo podía todo. Fue resurrección porque volvía a la vida, volví a la casa del Padre, como el hijo pródigo y empecé a ir a Misa con más frecuencia ( yo me decía a mí mismo que iba a rezar por mi madre, que falleció sin recibir la unción de enfermos) e incluso a confesarme después de mucho tiempo sin confesarme(confirmación).
La ruptura de esta relación, supuso un nuevo bautismo, no sólo de cruz, sino también de resurrección, un incorporarme a la muerte y resurrección de Cristo. De cruz, porque supuso un desgarro interior. De resurrección, porque supuso que ya no me fuera más de la casa del Padre, de la casa de mi madre, la Iglesia. La confesión con mayor frecuencia y la asistencia diaria al santo sacrificio Eucarístico, me llevó a abrir bien los oídos y a dejarlo todo para seguirle.
A abrir los oídos, porque escuché su llamada a ser sacerdote, sobre todo por medio de distintos signos: empecé a sentir en mi mente el pensamiento constante de “ ser sacerdote” sin yo entender qué ocurría; me imaginaba confesando a alguien y me llenaba de gozo interior; me imaginaba vestido de sacerdote y me gustaba; acolitando en Misa empecé a sentir una alegría que nunca antes había sentido; bendije con la señal de la cruz en la frente, a la chica que me dejó; tras un Via crucis exclamé en voz alta: ¡vaya llamada más fuerte! sin saber lo que era una llamada; el sacerdote D. Miguel Conesa me ayudó a discernir mi vocación, con su testimonio de vida sacerdotal y su capacidad de discernimiento, así que, todo se decantaba hacia la vocación sacerdotal.
Todo ello me llevó a dejarlo todo para seguir a Cristo, pues no se puede pagar tanto amor sino con un amor entregado del todo en el sacerdocio. De esta forma decidí entrar al Seminario Mayor San Fulgencio de la diócesis de Cartagena.
Actualmente, tengo claro que mi vocación es a ser presbítero diocesano secular y me encuentro muy feliz, pues cuando es alcanzada la vocación a la que el Señor te llama comienza el crecimiento de la persona en todas sus dimensiones y como consecuencia se experimenta una felicidad plena.
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