Testimonio vocacional de Gonzalo Portillo
"El Seminario Menor es un regalo de Dios que siempre guardaré en mi corazón"
El recuerdo más remoto que tengo de mi inquietud por el sacerdocio es en la infancia, concretamente en la época en la que estuve en el Colegio de Fomento Monteagudo, mi deseo de ser como el sacerdote del colegio, de predicar, etc. Se lo comenté a mis padres, mis amigos y profesores. Estaba inquieto por el conocimiento de la Palabra de Dios y de sus misterios, de la Sagrada Escritura y de la historia de salvación de Dios con su pueblo.
Un buen día, un sacerdote de mi colegio llamado Don Antonio Schlatter me enseñó un folleto, en el que se invitaba a todo aquel niño con inquietud vocacional a acudir a una convivencia en Moratalla, en Junio de 2011, año de la JMJ de Madrid. Tengo muchos recuerdos de ésa convivencia, en la que me lo pasé realmente bien y pude experimentar muchas cosas profundas con el Señor. Entonces yo tenía la edad de 10 años. Eso no fue lo único del verano que me conmovió. La JMJ, la viví desde la televisión de mi casa de verano, me entusiasmó todo en general y en concreto el Encuentro Vocacional de Kiko Argüello el día posterior. Mi corazón ardía en deseos de seguir a Jesús.
Ese mismo año, en Septiembre, vine con mi abuela Merche al Seminario, y me atendió personalmente un miembro del equipo de formadores, llamado Don Francisco (Francis), y a mi pesar me dijo que todavía era muy pequeño y que tenía que esperar, salí llorando de ése lugar diciendo que quería cumplir la voluntad de Dios.
Al año siguiente, mis padres me dijeron que yo junto con mis hermanos nos iríamos del colegio al curso siguiente, a un centro público. Me coincidió con una época malísima y pensé que en ésas condiciones, si quería prosperar socialmente y con las chicas, yo tendría que dejar a un lado ése deseo, a pesar de que lloré al decirle a mi madre que ya no quería ser sacerdote, a partir de allí adopté una vida totalmente opuesta. Me dediqué a intentar aparentar y demostrarme a mí mismo que sí era una persona que encajaba con lo que requería el mundo.
En un año en el que realmente viví una vida alejada de la palabra de Dios y de sus mandamientos, sentí que el Señor me estaba llamando a vivir una vida de cara a Él. En ése momento empecé a notar las inquietudes de la misma manera que cuando era pequeño. Y decidí adentrarme y buscar la voluntad de Dios, fue entonces cuando fui a ver a Don Sebastián, el Rector del Seminario San Fulgencio, para hablar de lo que estaba rondando en mi cabeza día y noche. Él me invitó a que fuera ése verano con los seminaristas a pasar la convivencia vocacional en Los Urrutias. En ésa convivencia noté que el Señor quería que entregara todo lo que soy, todo lo que ocurría en las charlas, en las catequesis, en la Liturgia, en las actividades que hacíamos, sentí una felicidad que no recordaba la última vez que me sentí así, bueno en verdad si, en el campamento de 2011 de Moratalla.
Acto seguido, el Señor me regaló irme con ellos también a Fátima, donde por supuesto también seguí de cerca los misterios que ella contiene, y dónde la Virgen me ayudó a través de la contemplación discernir la vocación, pues yo no sabía que tenía algo preparado para mí. Resulta que yo llevaba meses atrás un pequeño resentimiento, porque cuando en mi parroquia se me anunciaron las actividades para conseguir el dinero de la peregrinación de la JMJ de Cracovia, a mí me entró una pereza inexplicable y decidí no luchar por conseguir ir. Además de que estaba alejado de la vida de buscar la fe como he apuntado antes. Por supuesto en ése momento me estaba arrepintiendo un montón, pero por otro lado decía “Señor con éstas dos experiencias que me has regalado, me basta, me merezco no ir a pesar de que sería una experiencia que alentaría aún más mi vocación. Pero me merezco no ir.” Fue en ese momento, el 13 de Julio de 2016, 99º aniversario de la tercera aparición de la Virgen a los pastores de Fátima, cuando me llegó la noticia, a falta de menos de una semana del comienzo de la peregrinación de la Diócesis a Polonia, de que una pareja se había dado de baja y que había únicamente que pagar una miseria para poder cubrirla. En ése momento vi la acción del Espíritu Santo. En Cracovia, lo que más me gustó fueron las palabras del Papa Francisco, en concreto la homilía de la misa. El evangelio hablaba sobre la entrada de Jesús en Jericó y de su encuentro con Zaqueo, y a mí fue eso lo que me llegó, pues yo seguramente unos centímetros más altos que él, pero me sentía igual, pues sabía que el Señor quería encontrarse conmigo pero me veía indefenso para semejante tarea.
El Seminario Menor a mí me ha ayudado a darme cuenta de lo que supone la entrega del sacerdote, reflejado en mis formadores, en Don Jesús y en Don Sergio. Dos ejemplos de entrega total y sincera que me han permitido allanar el camino del discernimiento. Yo soy el quinto de una familia de siete hermanos y he estado acostumbrado a ser de los pequeños y entrar al Seminario Menor me suponía un cambio de chip en ése sentido, de poder ser un pequeño ejemplo, de dar ánimo a los chavales y no desconsuelo. No sé si he estado a la altura o no, de lo que sí estoy seguro es de haber aprendido mucho más yo de ellos que ellos de mí. Es un regalo que siempre guardo en mi corazón, el haber pasado por esa institución tan cuidadosa con los adolescentes que sienten la llamada al sacerdocio y que se nota que está dirigida por el Espíritu Santo.
Ahora estoy en el Seminario Mayor en dónde de seguro va a ser otro episodio en dónde Dios va a querer que me encuentre con Él cada día, y hasta el momento se muestra muy inquietante.
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