Testimonio vocacional de Eduardo Pérez
"Estando con el Señor descubro a diario que he escogido el camino mejor."
Me llamo Eduardo, tengo 28 años y soy natural de la hermosa pedanía de Nonduermas, en el corazón de la huerta de Murcia. Mi historia vocacional está íntimamente relacionada con mi conversión. Este pasado noviembre cumplí mi 5º aniversario como cristiano. Aunque fui bautizado y recibí la primera comunión, abandoné la Iglesia poco después de esto.
Nací en una familia no creyente y esto fue un duro obstáculo para cualquier posible acercamiento a Cristo. Tendría que llegar algún momento de alguna rebeldía para poder abrirme a algún cambio...
Mi primera vocación, la profesional, la descubrí con 14 años cantando en el coro del instituto. Me apasionó tanto cantar que cuando tenía 18 cantaba en 10 coros. Por esto, llegué a la conclusión de que tenía que estudiar canto. Así empecé en el conservatorio; y a día de hoy tengo el título superior de canto lírico. El Señor se sirvió de esta vida de cantante para acercarme a Él, pues sólo Él es la suma belleza, y porque las Iglesias son los sitios con mejor acústica del mundo, y donde todos los coros quieren hacen conciertos. Descubrí la pasión más grande de mi vida en el arte cristiano.
Fue en este ambiente del canto, nada exento de banalidad, dónde encontré a los dos únicos católicos de mi vida hasta entonces. De ellos se sirvió el Señor. Éstos, en un momento de crisis por el sentido de todo, supieron darme un gran ejemplo y un gran anuncio: Cristo crucificado por nosotros. Señor de la realidad personal, Señor de los fracasos y el sufrimiento, Señor que vence la muerte. No puedo explicar esto, pero me fascinó tanto que determiné en un segundo ser cristiano para siempre. Aunque vivir en la realidad de tu miseria duela, es realmente vida, y la vida es siempre mejor.
Tanto fue el agradecimiento y el entusiasmo que sentía que, un día dos años después, miré a mi alrededor y al ver que todas las personas a las que amaba vivían en la antigua tristeza sentí una terrible conmoción, una llamada que no podía ignorar; y la única respuesta posible fue la de consagrar mi vida al servicio del Evangelio. Fui a un cura santo y le pregunté qué podía hacer, y tal cual me dijo que lo normal es que fuera al seminario, así hice sin prácticamente pensarlo (más difícil fue el tener que decírselo a la chica con la que salía que era una maravilla).
Tres años después sigo en el seminario. Tres años de estar conviviendo con una extraordinaria familia de discípulos para el día de mañana servir a Dios y a los hombres; para transmitir a un mundo desesperado que sólo en la Cruz está su consuelo. Tres años de estar con el Señor en los que descubro a diario que he escogido el camino mejor. Un camino lleno de alegría y de dolor, de éxitos y de fracasos. Pero, al fin, un a camino lleno de vida real; no un perfil del Facebook, hecho de fantasía. El Señor no llama sino para dar la vida en plenitud: la belleza que buscaba solo podía colmarla viviendo con la Belleza en persona.
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