Testimonio vocacional de Antonio Sánchez Franco
"Podría resumir mi vocación en “Siento tu llamada y confío en ti”
Mi nombre es Antonio, tengo 25 años y soy de un pueblo llamado Llano de Brujas. El mayor de cuatro hermanos, dos chicos y dos chicas. Pertenezco a una familia católica practicante y ahí, en el seno de mi familia he vivido la fe, junto a la parroquia, en la cual he crecido y he estado involucrado siempre, ya que mi padre era el sacristán y catequista, al igual que mi madre también era catequista. Mis padres me han inculcado la fe, y ya desde pequeño sentía que el Señor me llamaba a algo. En el colegio todos mis amigos querían ser futbolistas, policías, médicos… Sin embargo, yo quería ser “Obispo”.
La Virgen María siempre ha estado muy presente en mi vida, ha sido mi protectora, por lo que siempre le pedía y rezaba que me dijera que era lo que el Señor me pedía. Comencé las catequesis de comunión y empecé a salir de monaguillo, recibí la primera comunión y seguí involucrado a la parroquia. Ya en el instituto con las catequesis de confirmación, notaba cada vez más, lo que el Señor me decía ya de pequeño, que me entregara totalmente a Él, pero yo no quería verlo, y pensaba que eran tonterías y eso era para otros. La gente de la parroquia, mis amigos… me preguntaban si yo iba a ser cura, y a mí me daba rabia y contestaba que no, aunque después con más picardía empecé a contestar que “lo que el Señor quiera, si me llama…”.
Así paso el tiempo y me confirme. En la confirmación tuve un gran encuentro con el Señor, y sentí que recibía su Espíritu Santo. Acabé el bachillerato y yo no sabía lo que quería hacer con mi vida, sentía la llamada de Señor, pero me daba miedo y creía que no era lo mío, por lo que empecé a estudiar una FP por hacer algo. En 2013, murió mi padre después de una larga enfermedad, y ese momento fue un punto de inflexión para poder ver su felicidad y la entrega de él a Dios, y mi pequeña entrega; por lo que empecé a replantearme nuevamente la vocación al sacerdocio, y después de mucho llorar y pedir a Dios y a la Virgen su ayuda, hablé con mi madre y con mi párroco, Don Javier, y este me ayudó a discernir; empezando por intensificar la oración.
En la oración descubrí el deseo de Dios a entregarme a Él, el cual fue creciendo y finalmente perdí los miedos. Me decidí ir a una convivencia de verano que organiza el Seminario y allí me di cuenta gracias a los seminaristas y a Don Fernando y Don José Antonio, sacerdotes que nos acompañaban, que el Señor me quería para Él. Don Sebastián, el rector del Seminario, habló conmigo, me alentó a no tener miedo y me acogió con enorme caridad, como un padre. Entré al Seminario en septiembre de 2015, con muchos nervios, temor, incertidumbre, miedo… pero fue pasar el umbral de la puerta del Seminario y sentir que estaba en mi sitio, que era donde debía estar.
Desde entonces, han pasado ya varios años y aunque todos los días es una aventura, una llamada a responder al Señor y aparecen las incertidumbres y los miedos, no me arrepiento de nada, pues el Señor nos lo da todo, y Él nos da la fuerza para poder seguir adelante, para poder seguirle a Él. Podría resumir mi vocación en “Siento tu llamada y confío en ti”. Gracias a estar en el Seminario soy feliz pues estoy respondiendo hoy, a lo que el Señor me pide. El Seminario es una gran familia, en la que todos somos muy diferentes, pero con una cosa en común, que el Señor nos ha llamado para entregarnos con totalidad a Él, para dejarlo todo y seguirle. Por ello, doy gracias a Dios por mi vocación porque cada día va confirmando más plenamente la llamada que me ha hecho. Pues, ser feliz, es ser de Dios.
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