Testimonio vocacional de Antonio José Gil
"Sin tener nada tengo lo más grande de este mundo"
Me llamo Antonio José Gil Gómez, tengo 23 años y pertenezco a la parroquia de Ntra. Señora de la Asunción de Molina de Segura. Me he criado en una familia creyente que me ha inculcado la fe. A pesar de ello, nunca se me había pasado por la cabeza la idea de ser cura, es decir, siempre lo había visto como algo impensable para mí. Desde muy niño sabía que mi vida estaba destinada a las letras, especialmente a la Historia del Arte, por la que desde siempre he sentido pasión.
Con 19 años, empecé la carrera Universitaria (que actualmente continuo). Tenía totalmente pensada mi vida, quería ser profesor de Universidad, con un buen sueldo con el que poder viajar por todo el mundo y permitirme toda clase de caprichos. Por esta época seguía siendo católico y practicante, aunque eso sí, a mi forma. Acudía a la Iglesia cuando me venía bien, ya no frecuentaba tanto los sacramentos, e incluso no pensaba ni siquiera en confirmarme ya que lo veía como una pérdida de tiempo. Solo pensaba en la buena vida, en salir con mis amigos, en dar una gran imagen de mí mismo, es decir, una vida grandiosa, pero a la vez interiormente vacía.
Mi vida cambió cuando un día, un amigo sacerdote me invitó a acudir junto a él a la toma de hábito de una carmelita descalza en el monasterio de la Encarnación de Ávila. Por esos momentos yo todavía desconocía a donde iba, yo nunca había oído hablar de ese lugar y mi conocimiento acerca de Santa Teresa de Jesús era más bien escaso. Pero aun así decidí irme y pasar una experiencia nueva, además de conocer un poco más de esa tierra. En esos días conviví con sacerdotes de los que pude ver con gran entusiasmo su forma de vivir, su alegría, y de la misma forma participar junto a ellos de los rezos de laudes, vísperas… de la eucaristía diaria… Es decir en esos días pude estar más en contacto con la vida sacerdotal y yo mismo descubrí poco a poco que eso me iba gustando. El Señor se valió del maravilloso testimonio de las Carmelitas Descalzas para hacerme ver donde estaba la verdadera felicidad de mi vida. Ese día quedé totalmente sobrepasado, ¿cómo una chica tan joven podía estar dentro de esas rejas y tener esa cara de felicidad ?¿Cómo podía hablar con esa paz y felicidad aun teniendo tan poco?
En esos momentos las preguntas en mi cabeza eran muchas. No daba crédito de lo que estaba viviendo. En alguna ocasión creo que hasta llegue a pensar: ¡qué maravilla! yo quiero tener esa cara, yo quiero ser así de feliz, como lo es ella. Al volver, todo se me vino encima, había vuelto a esa vida rutinaria de siempre, en la que yo creía que era feliz, pero me faltaba esa felicidad que yo había podido vivir en ese fin de semana junto a los sacerdotes, yo quería ser como ellos, quería vivir igual de feliz. Me faltaba esa vida ordenada que había tenido, esos rezos diarios y esa vida en la que el centro era Cristo. Era como “ojalá ese viaje hubiese durado toda la vida”.
Hace dos años di el paso y entre al Seminario. Ahora puedo decir que me siento completamente feliz, que no quiero una vida contraída en los placeres que el mundo me ofrece, que ahora, sin tener nada tengo lo más grande de este mundo, y que volvería a pasar por todos los duros momentos que he pasado estos años con el fin de encontrar continuamente la felicidad que Dios me ha dado y espero que me siga dando.
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